sábado, 4 de marzo de 2017

SILENCE****

Director: Martin Scorsese . Guion: Martin Scorsese y Jay Cocks, a partir de la novela de Shusaku Endo. Intérpretes: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Tadanobu Asano, Yosuke Kubozuka, Ciarán Hinds, Issei Ogata. 162 min. Adultos.

Silence (Silencio) trata sobre dos sacerdotes jesuitas, Rodrigues y Garupe, que se enfrentan a una violenta persecución cuando viajan al Japón de la segunda mitad del siglo XVII en busca de su desaparecido mentor el padre Ferreira, de quien se rumorea, renunció a su fe bajo tortura. Les guiará Kichijiro, que abjuró de la fe cuando toda su familia fue masacrada.


Arrecia la persecución con numerosos mártires y muertes sin sentido. Violenta es poco: violencia psicológica, violencia física, extorsión hasta la náusea de la libertad de creencia y de la libre opción vital. La historia real de la intolerancia más brutal y de la oposición más enconada y a toda costa para que la fe cristiana no arraigase en Japón, una de las páginas más negras y dolorosas en la historia del país.

La autojustificación nipona para el rechazo total y cruel es –en ese momento histórico- (y sólo con respecto a la fe cristiana, no con respecto a otros elementos externos culturales, sociales y económicos que llegaron a las islas) que Japón es una ciénaga donde no nace nada más que lo ancestral y propio, lo demás se pudre. Scorsesse realiza un acercamiento al hambre de creer, también allí, entre los japoneses (aparentemente fruto de esa ciénaga), que no dudan ser mártires, y el valiente gesto de tantos misioneros y sacerdotes que se hicieron uno con ellos siendo también mártires. Su mirada bascula entre que “tampoco hay que exagerar” al creer o que la religión es algo interior y privado (¿vale lo mismo la opción solo interna que la interna y externa cristiana?), y la crítica a los curas que claudican frente a los fieles que dan la vida por su fe, cantando himnos a Dios, mientras se ahogan clavados en cruces esperando el capricho y la furia del mar: por cierto, no mueren por los sacerdotes sino por Cristo, alabándole y sabiendo que les recibirá en el Paraíso.


Andrew Garfield, Adam Driver en los papeles de los jesuitas Rodrigues y Garupe

Silence, es un proyecto vital retrasado en el tiempo por múltiples razones, entre otras, la intensidad del relato y las múltiples lecturas que la hacen una película muy compleja. Dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por Andrew Garfield, Adam Driver, Tadanobu Asano, Ciarán Hinds y Liam Neeson, finalmente se rueda la película en Taiwán entre enero y mayo del 2015.

Inspirada adaptación de la novela de Shusaku Endo a cargo de Martin Scorsese, quien firma el guion con Jay Cocks: no asumía este rol desde 1995 con Casino, lo que da idea de que nos encontramos ante un proyecto muy personal. No en balde, y según su propia confesión, la idea de la película le ronda en la cabeza desde 1989, el año en que descubrió la obra de Endo, tras ser fuertemente contestado por La última tentación de Cristo, mirada tosca y parcial a la misión redentora de Jesús.

En Silence hay una visión más trabajada y honda del cristianismo, aunque curiosamente habla de los fracasados. Robert Barron, Obispo auxiliar de Los Angeles, ha afirmado sobre esta película: “Me pregunto si Shusaku Endo (y tal vez Scorsese) nos están invitando a apartar la mirada sobre ese maravilloso grupo de laicos, piadosos, dedicados y pacifistas que mantuvieron viva la fe cristiana bajo las condiciones más inhóspitas imaginables y que en el momento decisivo dieron testimonio de Cristo con sus vidas. Sé que Scorsese muestra el cadáver de Rodrigues dentro de su ataúd agarrado a un pequeño crucifijo, lo que prueba, supongo, que el sacerdote permaneció, en cierto sentido, siendo cristiano. Pero ésa es justamente la clase de cristianismo en la que se complace la cultura de hoy: un cristianismo totalmente privado, escondido, inofensivo”. 



Scorsese ha interiorizado los temas propuestos por una novela difícil y oscura, pero también esperanzada, que aborda la idea de predicar el evangelio y no ser entendidos por personas de distinto bagaje cultural, con esquemas mentales muy diversos: esa “ciénaga de Japón”, donde las raíces de lo plantado se pudren. Por lo que ha manifestado en alguna entrevista, el cineasta parece además haberse visto reflejado en los misioneros que, a veces, no logran hacerse entender, algo que a él también le habría ocurrido con su modo de abordar la figura de Cristo 30 años atrás.

Sorprende la fidelidad de Scorsese a Endo, que pinta con acierto la sencillez de los campesinos y su fe elemental y recia, que les lleva a confiarse a los “padres”. También el tremendo dilema de rechazar la fe por las torturas infligidas a los fieles con que amenazan los perseguidores, con la sofisticación más cruel de tortura psicológica y emocional, que afecta tanto a los nativos como a los misioneros. En el caso de los segundos, la tentación es más cruel y con muchas capas, pues la amenaza de matar a los fieles, independientemente de que abjuren o no, pesa sobre los jesuitas, que salvarían sus vidas si lo hicieran ellos. El silencio de Dios hace la prueba aún más difícil. Una de las cuestiones que explora el film es el de a qué llamamos fortaleza, y a qué debilidad, algo muy presente en la relación que se forja entre Rodrigues y Kichijiro, poderosamente presentada en la pantalla: el primero busca el rostro de Jesús y hablar con Él, es su modelo, pero imitarlo puede suponer pretender suplantarlo; el otro se atormenta por su flojera a la hora de sostener sus creencias, y piensa que en otras circunstancias habría sido un buen cristiano. 


                        El padre Rodrigues y Kichijiro

Un acercamiento al poliédrico corazón humano, que de verdad sólo conoce Dios. Las decisiones y circunstancias tormentosas, las dudas, el miedo, las contradicciones, el sufrimiento indecible. El drama del ser humano. 

Técnica muy habitual en Scorsese, recurre a la voz en off. La narración del padre Rodrigues, a la que sustituye en el último tramo la de un comerciante holandés, aunque muy presente, no fatiga, y tiene su lógica. Quizá porque el ensamblaje de las piezas del guion es perfecto, y porque las imágenes son muy bellas: la fotografía de Rodrigo Prieto sabe conceder al relato enorme poderío visual con el uso inteligente de la luz, la niebla y el humo, sin colisionar con la abundancia de palabras, que a veces son sustituidas por lo que vemos.

Los actores saben prestar humanidad, y por tanto, espiritualidad, a sus personajes. Andrew Garfield y Adam Driver, que interpretan a los dos jóvenes jesuitas, han destacado el mismo año por Hasta el último hombre  y Paterson; pero también Liam Neeson –el padre Ferreira– y todos los secundarios japoneses, especialmente Yosuke Kubozuka, Yoshi Oida y Shinya Tsukamoto, encarnando al apestado y a dos ancianos venerables.
          
       Liam Neeson, el padre Ferreira

Charles Moeller, en su monumental obra Literatura del siglo XX y Cristianismo ya recalcó que no se puede entender la literatura de ese siglo sin tener presente tal complejidad: “En cierto sentido, Dios nos habla sin cesar. En otro sentido, guarda silencio. Si conocemos el designio general de su providencia, ignoramos todo lo que se refiere a sus caminos particulares. El confiarnos a la fe es aquí nuestra única actitud cristiana” (tomo I, pag. 23).

A principios de los años setenta se produjo en Japón un curioso fenómeno de proliferación de obras literarias, novelas sobre todo, de signo cristiano. En la obra de este autor se reflejan las contradicciones de una aventura literaria que sufre problemas de identidad por intentar adaptar el cristianismo a la mentalidad japonesa.
Shusaku Endo nació en Tokio en 1923. En plena adolescencia se convirtió al catolicismo —junto con su madre— cuando sus padres se divorciaron. Su licenciatura en literatura francesa le permitió conocer el mundo literario occidental y profundizar con admiración en la obra de François Mauriac y Georges Bernanos, dos escritores católicos que, como él, escriben sugerentes páginas, en las que el espíritu religioso aletea sobre las angustias y los fracasos de las personas.

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