Título original: Amama.
Director: Asier Altuna Iza. Guión: Asier Altuna Iza con la colaboración de
Telmo Esnal y Michel Gaztambide. Intérpretes: Kandido Uranga, Iraia Elias,
Amparo Badiola, Klara Badiola, Ander Lipus, Manu Uranga, Nagore Aranburu. Producción:
Txintxua Films. Fotografía: Javier Agirre Erauso. Música: Javi P3Z y Mursego.
Montaje: Laurent Dufreche. País: España: Duración: 103 min.
"Hace 80 amamas
vivíamos en cuevas”, una frase del escritor y escultor Jorge de Oteiza en su
libro-defensa de la cultura vasca Quousque
tandem…!. Una cita que el cineasta Asier Altuna recoge en una frase clave
de Amama (abuela en
euskera), segunda película rodada en euskera (la primera fue el año pasado, Loreak, esa delicada historia mínima) que compite por la Concha de Oro
en el 63 Festival de San Sebastián y que cuenta con la participación de
TVE.
El caserío representa un mundo antiguo, una forma de vida,
sabiduría y valores, que se desvanece ante nuestros ojos. El caserío es
familia, un clan que tiene sus raíces en lo más hondo del conocimiento heredado
por siglos. Esta familia –en el caso que retrata Asier Altuna- es el lugar
donde chocan dos mundos, donde se rompe el cordón entre padres e hijos. Porque
no sólo es diferente la forma de ganarte la vida, sino la manera de cómo te
colocas en el mundo. Tomás -interpretado por Kandido Uranga- está colocado como
el centro del mundo, el caserío le ofrece espiritualidad y poder. Para él no
hay nada más ahí fuera. Pero la hija, Amaia Iraia Elías), ve que es un
sinsentido seguir así. No quiere romper con todo pero sí representa la ruptura.
Un choque entre tradición y modernidad que el cineasta ha considerado en el Festival
de Cine de San Sebastián «una lucha real» que se da actualmente.
Los hijos de Tomás e Isabel experimentan el conflicto entre
el mundo antiguo y el nuevo. Cómo vivir en la ciudad sin dar la espalda al
caserío, cómo liberarse del caserío sin romper la cadena de conocimiento, cómo
elegir su camino sin traicionar a sus antepasados. Amaia, hace frente a esos
dos mundos que habitan en ella a través del arte. Para encontrar su camino debe
salir del caserío, enfrentarse a su padre, provocar heridas y romper el
vínculo. Sólo podrá avanzar si encuentra el modo de convivir con la herencia de
sus predecesores. Entre tanto, la abuela observa a todos. Como si su mirada
diera sentido a esa mutación, un mundo que se acaba y otro que parece surgir.
Esta elegía con tintes de realismo mágico y de autobiografía,
es la propuesta del director, “nací y
viví en un caserío hasta que a los 18 años me vine a Donostia. En el País Vasco
es muy fácil estar entre la ciudad y el bosque: todo está muy cerca”, dice
Altuna. “Siempre he tenido la inquietud de querer contar esa historia, hacer un
homenaje a un mundo que se acaba". Amama
es la crónica de la desintegración de un caserío familiar cuando los tres
hijos (simbolizados en el bosque pintados de rojo, blanco, negro, como las
obras de Ibarrola) lo abandonan para vivir en la ciudad y, especialmente el
padre, se resiste a aceptar que los tiempos han cambiado. En la fricción entre
lo urbano y rural, lo masculino y femenino, discurre Amama, narrada desde la una poesía contenida.
Una regla del caserío que hasta anteayer se aplicaba era que
jamás se dividía entre los hijos: uno de ellos debía heredarlo. “Era un ley
sagrada que ya está en decadencia, pero ha funcionado”. Altuna espera, sin
embargo, que algo de esa sabiduría ancestral se filtre desde “la Euskadi de
caseríos a la de los rascacielos”. Una filosofía de apego a la tierra que
rescata el personaje del hermano mediano: “Si quieres ser feliz un día,
emborráchate; si quiere ser feliz una semana, haz un viaje, si quieres ser
feliz un año, cásate. Pero si quieres ser feliz toda la vida, cultiva un
huerto”.
Y sobre el lenguaje estético, tan plástico de la película
afirma Altuna: “destacaría la atmósfera. Hay una cosa que recuerdo mucho de mi
infancia que es a mi abuela en la cocina, callada. Y siempre o bien yo, o mi
primo, que es pintor plástico, retratándola”. La historia ha sido filmada durante siete
semanas no correlativas para captar el paso de las estaciones en los bosques de
Aldatz (Navarra) y Artikutza. Amama
narra una historia que se nutre de las experiencias del cineasta, que ha pintado
una 'amama' como la que recuerda de niño: «Sentada en la cocina, siempre
callada, pero siempre ahí». Una figura familiar poderosa que da nombre a la
película y que «inmediatamente despierta la idea de transmisión. La madre de la
madre».
En la gran pantalla la amama
es Amparo Badiola, una actriz debutante a sus más de ochenta años que el director
encontró por casualidad. «Llevaba tres meses buscando a una mujer elegante,
bella y fuerte. Y un día vi a Amparo sentada en una cafetería. Me atreví a
comentarle si estaría dispuesta a participar en una película porque ella era lo
que necesitaba. Creyó que era un loco. Pero la convencí y le hice una prueba de
cámara al día siguiente. Entonces descubrí esa mirada... parecía que hubiera
hecho cine toda la vida. Ha sido un placer y una suerte trabajar con ella».
Amparo Badiola es Amama
Narrativa a través de imágenes y silencios. La pérdida, la
ruptura, las raíces, el final de algo. Es precisamente lo que aborda el filme,
y lo hace de forma clara y valiente. Sin concesiones. «Me había fijado en un
montón de películas de temática rural y la amenaza de esa forma de vida siempre
viene de fuera. Yo creo que es la propia vida la que nos lleva a un futuro
distinto. El caserío como ha sido durante siglos, durante generaciones, ha
cambiado.
Kandido Uranga, en el papel de padre rudo y seco afirma que
al final Amama “es un canto al amor.
Más allá del odio, de las miradas, de los reproches... todos los conflictos
están basados en el amor, que es el que acaba triunfando». «Cómo de estar en
esa posición tan dura y violenta da el paso a usar las manos con mucha
sensibilidad y consigue transmitir lo que de otra manera es incapaz. Esto viene
de un poema de Kermen Uribe en el que en cuatro palabras describía eso, como un
señor tan recio, tan poderoso, es capaz de aflorar sensibilidad”.
Asier Altuna, tras el éxito de su primer cortometraje, Txotx (1997),
codirigido por Telmo Esnal, ha realizado varios cortometrajes más, así como
series de televisión y publicidad. En 2005, dirige junto a Esnal su primer
largometraje,Aupa Etxebeste!, con el que gana el Premio de la Juventud en el
Festival de San Sebastián y una nominación al Goya a la Mejor Dirección Novel.
En 2008 funda con Marian Fernández la productora Txintxua Films, con la que ha
producido varios cortometrajes y el largometraje documental Bertsolari (2011).
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