CERRAR LOS OJOS*****
Un célebre actor español, Julio Arenas, desaparece durante
el rodaje de una película. Aunque nunca se llega a encontrar su cadáver, la
policía concluye que ha sufrido un accidente al borde del mar. Muchos años
después, esta suerte de misterio vuelve a la actualidad a raíz de un programa
de televisión que pretende evocar la figura del actor, ofreciendo como primicia
imágenes de las últimas escenas en que participó, rodadas por el que fue su
íntimo amigo, el director Mikel Garay.
La película dentro de la película del director Mikel Garay se
titula “La mirada del adiós”, y la que ahora presenta Víctor Erice “Cerrar los
ojos”. La nostalgia y la memoria como eje conductor de su último largometraje,
que son capaces de recuperar a la vida algo que fue tan real como lo
protagonizado. La dependencia memoria-identidad, tan necesaria en la vida
humana, de la sociedad, de la historia y de las cosas.
La nostalgia del cine, tal y como lo crearon los Lumiere. La
nostalgia de las salas de cine como único lugar para ser sentido y vivido. La
nostalgia de lo amado. La nostalgia de lo vivido. La nostalgia de lo que se
fue. La nostalgia de lo creado. La nostalgia de lo protagonizado. La nostalgia
de los antiguos actores. Y al anhelo de encontrar el alma, la consciencia.
Desde su magnífico cortometraje Alumbramiento (2002),
el episodio Vidrios rotos, parte de un film rodado con Pedro Costa,
Manoel de Oliveira y Aki Käurismaki (2012); su fresca correspondencia con el
excelso Abbas Kiarostami, y alguna videoinstalación confirman que el director
Erice no ha detenido su actividad.
Cerrar los ojos comienza en Francia, en una
villa llamada Triste le Roi. Un adinerado judío, a punto de morir, pide a un
personaje tan misterioso como él que vaya a buscar a su hija, que está en
Shanghái; no puede cerrar los ojos a este mundo ver una vez más los de ella, a
fin de que le recuerden quién es en realidad. Erice realiza en 169 minutos un
tratado de metafísica de la mirada, en relación con la memoria y la identidad. La
primera secuencia -cuyo contraluz inicial recuerda a El espíritu de la
colmena (1973)- pertenece a otro film inconcluso, del director y
escritor Garay (Manolo Solo); último plano que interpretase el actor
desaparecido Julio Arenas (José Coronado). Otra evidencia y recuerdo del proyecto
truncado de Erice de adaptar El embrujo de Shanghái de Juan
Marsé (recuerdo leer con fuición el guión hecho libro en La promesa de Shanghái). Y la idea que rezuma todo de refulgir con mayor esplendor ante el
fracaso aparente. Convertir la falta y lo imperfecto en un bien aún mayor,
conseguir que lo inconcluso cierre su peculiar círculo.
Tras esa primera secuencia aparece Garay, el director
convertido en detective en busca de su amigo y actor Julio Arenas, de la misma
forma que el personaje debía buscar a la hija desaparecida del magnate sefardí
en el film sin terminar. Sus investigaciones son la excusa para una serie de
encuentros: con Ana (Ana Torrent), la hija de Arenas; con Max (Mario Pardo), de
profesión cinéfilo existencial; con Lola (Soledad Villamil), antiguo amor
compartido de los amigos Julio y Miguel; con sus vecinos del pequeño camping andaluz
junto al mar en el que vive, con Belén (María León), sanitaria del asilo de
monjas regentado por sor Consuelo (Petra Martínez), y finalmente con Gardel,
ese personaje entrañable y trágico que custodia, inconsciente, lo que queda de
Julio Arenas. Una antigua sala de cine, donde se visiona la última secuencia de
la película de Garay, como en Ordet (1955) de Dreyer tendrá la clave.
De no perderse el homenaje a Rio Bravo con la canción "My Rifle, my pony, and Me" a pelo del gran Manolo Solo, que interpreta a Mikel Garay en la película.
La película de Erice, larga, poética, pausada, tiene un
gusto estético muy cuidado, un guion escrito con pausa y conciencia, preocupado
por abordar de forma sencilla los grandes temas existenciales, y un gran elenco. Mikel Garay, Julio Arenas, Max, Ana Arenas...Todos interpretados por actores memorables, como memorable es y será esta película.
“De entre las múltiples lecturas que puede suscitar una obra
tan profundamente poética, tan rica y polisémica, Rubén de la Prida propone la
hipótesis de que el personaje de Julio Arenas sea trasunto del mismo cine; el
cine como espectáculo del pueblo, el cine como arte inefable. El cine como lo
concibe Max, que se queja de la imagen digital en su diálogo con Miguel,
mientras rebusca entre las latas de celuloide los rollos de la película
inconclusa de este. No es, por ello, baladí, que Julio desaparezca en aquellos
años 90 en los que el vídeo obligó a cerrar tantísimas salas, ni que un
director al modo de Erice como es Garay se haga en su búsqueda, por si el
recuerdo de lo que fue consigue resucitarlo, por si el esplendor de una sala
polvorienta obra el prodigio de traerlo de vuelta. Desde esta perspectiva, la
oda al cine que es sin duda Cerrar los ojos adquiere un carácter
elegíaco, convirtiéndose en cierto modo en un sonoro réquiem de la misma obra
de Erice y del medio que la sustenta. Y, al mismo tiempo, es señal de la
vitalidad de ambos, de su subsistencia indoblegable”.
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