COLD WAR/GUERRA FRÍA****
Título original: Zimna wojna. Director: Pawel Pawlikowski. Guión: Pawel Pawlikowski y Janus Glowacki. Intérpretes: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Borys Szic, Agata Kulesza, Cedric Kahn, Jeanne Balibar, Adam Woronowicz, Adam Ferency. Productora: Bartos Bernasz, Agniesza Calik, Ira Cecic. Fotografía: Lukasc Zal. Música: Anna Bilicka. Montaje: Jaroslaw Kaminski. País: Polonia-Francia. Año: 2018. Duración: 90 min. Público: Todos.
Una auténtica joya. Un elogio de la pasión amorosa, hasta la muerte, entre un hombre y una mujer y, por otra, de la mirada cinematográfica. Amor en tiempos difíciles. No se te va de la cabeza ni de los oídos la canción ‘Cuatro ojos y dos corazones’ que resuena en versión folklórica, sinfónica y con las múltiples variaciones de jazz durante toda la película.
Pawel Pawlikowski es un interesantísimo director polaco que regresa tras Ida (2013), la película ganadora -y con razón- del Oscar a mejor película extranjera que lo situó en el panorama cinematográfico más alto a pesar de que llevara más de 20 años rodando de país en país, con otra obra en blanco y negro ambientada en la guerra fría como su antecesora. Pawlikowski comenzó con el documental, y esta historia arranca por eso rindiendo homenaje a la cultura popular y las canciones de amor, encontrando la belleza en los sentimientos de esas letras. Durante esa búsqueda de talentos, el pianista y culto Wiktor (Tomasz Kot) conoce a una desesperada chica de pueblo y de pasado problemático, Zula (Joanna Kulig). Ella canta, él se enamora, y la vida de ambos cambia para siempre.
La letra de la canción ‘Cuatro ojos y dos corazones’ simboliza la doble llama de amor, como diría Octavio Paz. La protagonista canta los versos “cuatro ojos y dos corazones que lloran día y noche”, de forma irresistible y a ritmo de folk o de jazz, como metáfora del amor apasionado que une a los dos amantes protagonistas. Un amor que el director transfiere en blanco y negro y con amplias elipsis, con una narrativa contenida y austera, sin aspavientos de cámara, pero a la vez sostenida con una silenciosa pasión. Cold War no es simplemente una historia de amor, es una historia de amor atravesada por la realidad socio-política.
Los variables y cambiantes acontecimientos históricos que ocurren entre 1949 y 1964 en Europa están de fondo en la tortuosa e imposible relación entre Zula, cantante y bailarina de un grupo de folk tradicional polaco, y Wiktor, director y compositor musical, que trabaja enmarcado en una campaña comunista en defensa de la cultura polaca, que pronto se convierte en un absurdo canto ideológico que los lleva por media Europa, saltando el telón de acero en más de una ocasión. Una relación de quince años vivida con atormentados encuentros y desencuentros en el tiempo y en el espacio, de Polonia a París, de París a Polonia, pasando por la antigua Yugoslavia satélite de la URSS. Encuentros y desencuentros apasionados que el espectador no puede evitar relacionar con la novela de Mario Vargas Llosa, Travesuras de la niña mala.
La pasión convulsa -a veces destructora- de los amantes se entrelaza, a modo de metáfora, con la fría posguerra de Polonia, con la siniestra sombra del régimen dictatorial comunista y con la incomunicación de la guerra fría, de ahí el título de la película. Los escenarios son arquitecturas frías en el régimen y la calidez de París. Cuando los relatos éticos son destruidos, las convulsiones de las pasiones amorosas, al igual que las convulsiones ideológicas históricas, van encarriladas a la tragedia.
El pasado sábado 15 de diciembre de 2018 se celebró en Sevilla la gala de entrega de los European Film Awards (EFA), en la que el largometraje polaco, premio a la dirección en el último Festival de Cannes, arrasó en (casi) todas las categorías en las que participaba: película, dirección, actriz principal (Joanna Kulig) y guion original.
Hay una sencilla pero interesante manera de rodar la película, en especial a sus protagonistas cuando están juntos, donde casi siempre se usa el plano contraplano frontal, resultando una sensación de un muro que los separa. Toda la cinta está llena de este detalle o de mil maneras de separarlos tanto física como emocionalmente. Y hacer eso es todo un arte. Una pareja que en suma, quiere estar atada y no puede controlar su futuro, una conmovedora historia de amor.
Un guión sencillo y hasta simple, pero que esconde una mirada y unas intenciones por parte del cineasta que no deben dejarse pasar por alto. Del sueño de emigrar y encontrarse vacío de pronto y volver y estar igual de mal. Cold War pasa en un suspiro mientras observamos a Zula y Wiktor perdidos, siempre insatisfechos y siempre incompletos. Lo que hay allí no lo encontramos aquí. No hay oportunidad para los grises, todo es blanco o negro. Tampoco hay exaltación de una época, o un modo de vida, por mucho que París no sea la Varsovia comunista. Todo parece deprimente y poco amigable.
Puede que Pawlikowski repita muchos de sus estilismos y formas de su anterior trabajo, pero consigue transmitir una mirada al pasado de Polonia y a una época que le hace adquirir esa cosa que se suele llamar autoria o carácter. Cold War utiliza a su pareja protagonista para hablar de un momento dado y su evolución, o en ocasiones parece que simplemente todo este envoltorio esconda una sincera historia de amor que va pasando por tantas transformaciones como la música que disfrutamos, y que según el autor, reproduce la historia de sus padres y por eso se cuenta con mayor verosimilitud y nostalgia.
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