EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS***
EDUARD FERNÁNDEZ, CONCHA DE PLATA AL MEJOR ACTOR
EDUARD FERNÁNDEZ, CONCHA DE PLATA AL MEJOR ACTOR
CRÓNICA DE LA 64 EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN
Director:
Alberto Rodríguez. Guión: Alberto Rodríguez, Rafael Cobos (Libro: Manuel
Cerdán). Intérpretes: Eduard Fernández, José Coronado, Carlos Santos, María
Etura, Emilio Gutierrez Caba, Luis Callejo, Mireia Portas y Alba Galocha.
Fotografía: Alex Catalán. Música: Julio de la Rosa. Productora: Zeta Cinema / Atresmedia Cine / Atípica
Films / Sacromonte. País: España. Año: 2016. Duración:123 min. Género: Thriller de
espionaje, basado en hechos reales. Público: Adultos.
La fascinación universal por las
historias de pícaros, ha llevado al gran director Alberto Rodríguez a meterse a
contar una compleja historia con complejo entramado y complejos personajes. La
historia de lo que ocurrió en el “Caso Roldán” y el papel que jugó Francisco
Paesa, una rocambolesca historia de la baja y sucia política española de los
90.
Francisco Paesa es caleidoscópico:
hombre de negocios, banquero en Suiza, traficante internacional de armas,
gigoló, playboy, diplomático, aventurero, estafador y agente secreto. Un espía.
Ocurre que Paesa es traicionado por el gobierno y se ve obligado a huir del
país. Cuando regresa al cabo de los años, todo ha cambiado: está arruinado, es
incapaz de poner en marcha cualquier negocio – su fama de timador le precede -
y su relación con Gloria, su pareja en los últimos quince años, parece que toca
a su fin. En estas circunstancias, recibe la visita de Luis Roldán (exdirector
de la Guardia Civil), y su mujer, quienes le ofrecen un millón de dólares para
ayudarles a salvar 1.500 millones de pesetas (las pesetas anteriores a los actuales
euros desde el 2000), sustraídos de las arcas públicas.
Rodríguez es un director curtido
en otras películas de factura impecable y justamente premiadas (La isla mínima, 2014), que en esta ocasión
aborda la corrupción política y la corrupción económica a través de la óptica
de dos personajes de la época: Francisco Paesa y Luis Roldán. Sinvergüenzas que
pararon las rotativas de los periódicos en más de una ocasión y que, a lo largo
de la película, se ocultan, desaparecen y vuelven a aparecer. Unidos por
cientos de millones de pesetas provenientes de las comisiones ilegales y de los
fondos reservados de Interior, y separados por un maletín lleno de documentos
que el ex director de la Guardia Civil nunca suelta de su mano. Roldán cree que
es su salvaconducto para negociar su futuro pero, finalmente, pasará a manos de
Paesa. La única persona que salió vencedora del caso Roldán es Francisco
Paesa: está alejado de la cárcel, blanqueado judicialmente y con doce millones
de euros en una cuenta corriente de un banco de Singapur.
Coronado, Fernández, Santos y Callejo
Un narrador sirve de nexo de la
trama, imaginando el protagonismo que nunca tuvo un ex piloto de Iberia, Jesús
Guimerá, convertido en el filme en Jesús Camoes. Empezando con la fuga de
Roldán en 1994, el pasaje más trepidante y corrupto de la reciente historia de
España, Rodríguez lo convierte en el guía de una trama de patio de Monipodio
cervantino. Guimerá se erige en la película en uno de aquellos historiadores
ambulantes medievales, que tiene la facilidad para fabular historias tanto en
la ficción como en la vida real. Paesa siempre lo trató como un mercenario que
ejecutaba sus órdenes sin rechistar.
El espía lo conocía desde la
etapa de éste en el Batallón Vasco Español (BVE), pero jamás exhibió ante él
una mueca de cariño ni de gratitud. Incluso, lo dejó fuera de las exequias como
al resto de sus allegados, cuando en 1998 “se hizo el muerto” en Bangkok con
una esquela publicada en la prensa por su hermana. El hombre de las mil
caras permaneció desaparecido hasta finales de 2004, cuando una agencia de
detectives británica lo localizó en Luxemburgo.
Rodríguez nos cuenta las
múltiples facetas del personaje. Paesa espía: con el plan más brillante de la
lucha antiterrorista, en la que consiguió vender a ETA dos misiles SAM-7, con
unos microchips ocultos en el fuselaje, que acabó en la conocida
como Operación Sokoa. Y Paesa cómplice de asesinato: su incursión en el
lodazal de los GAL (crímenes de Estado) cuando intentó presionar a una testigo
que iba a declarar ante Garzón. Alguien que pretendía proteger a sus jefes y
amigos del Ministerio del Interior y de La Moncloa, que habían colaborado en la
perpetración de 27 asesinatos, aquellos que “portaban chequera y no
armas”. Así era la España de las tinieblas. Quizás a la película le falte
alguna imagen del interior del complejo de La Moncloa donde entonces moraban las
X del entramado, el presidente Felipe González y el vicepresidente Narcís
Serra. A los que se suma un personaje que ya se movía por las sombras del
poder, José Enrique Serrano, secretario general de la Vicepresidencia del
Gobierno y, hoy día, convertido en uno de los negociadores del líder del PSOE en
pro de la regeneración y la transparencia política.
Paesa/Fernandez en acción
Uno de los muchos aciertos del
director es la definición de los personajes de la película, dotados de gran
credibilidad: Fernández/Paesa, Santos/Roldán (el ex director de la Guardia
Civil) o Coronado/Camoens/Guimerá. El trabajo de los actores es espectacular, logran
meterse en la piel de Paesa, Roldán y Guimerá con acierto. Tampoco podemos
olvidarnos de Marta Etura –que borda el personaje de Nieves/Blanca-, Luis
Callejo, Emilio Gutiérrez Caba, Mireia Portas y Alba Galocha, en su primera
película. Rodríguez, con su Hombre de las mil caras, nos introduce en
un nuevo género cinematográfico. Si en la literatura existe la novela picaresca
habría que convenir que Rodríguez ha logrado lo que podríamos definir como el
cine de picaresca. Traslada a los personajes al patio sevillano de Monipodio y
los convierte en los personajes cervantinos de Rinconete y Cortadillo. No se
equivoca porque Roldán y Paesa siempre se movieron en un mundo de trileros.
Paesa tiene finalmente la
habilidad de anguila: coge el dinero y corre fuera de España, sin que nadie lo impida.
Y, lo más chocante, sigue en libertad hasta la fecha gastándose el botín.
Roldán se equivoca cuando en varias ocasiones lo amenaza: "Está esposado a
mi. Si caigo yo cae usted conmigo". Pero la historia no acaba así: se estrella
él y Paesa se queda con su dinero y con el maletín del chantaje.
Luis Roldán, patético, corrupto,
finalmente perdedor, afirma “Solo hice lo que hacían los demás”. Roldán impostor,
con infinito poder y ladrón de 1.900 millones de pesetas, que se limita a
recordar que su caso no era insólito, que le dejaran tranquilo disfrutar de un
robo generalizado porque todos estaban pringados.
Los diálogos
son inteligentes, los personajes inquietantes por aquello de reales y vivos
todavía, hay secuencias memorables en una trama compleja y difícil de tratar,
pero que te captura. Una película buena y desigual, que merece premios, pero no
llega a la perfección de su obra redonda La
isla mínima donde consigue que respiremos
salitre, angustia y miedo del sur ancestral por todos los poros.