EL CARTERO DE LAS NOCHES BLANCAS**
Dirección: Andrei Konchalovsky. Guión: Andrei Konchalovsky
y Elena Kiseleva. Intérpretes: Aleksey Tryapitsyn, Irina Ermolova, Valentina
Ananina. Rusia, 2014. Duración: 100 min. Drama.
Retrato realista y crudo de la Rusia rural, realizado por un director veterano Como Andrei Konchalovsky. Un breve cuento que relata como viven separados del
mundo exterior, unidos sólo por una lancha que conecta el poblado con la Rusia
Continental, los habitantes de Kenozero, un enorme lago situado en el Norte de
Rusia, viven de la misma manera como lo hacían sus antepasados durante siglos.
Es una comunidad pequeña, todos se conocen y producen lo que realmente
necesitan para vivir. El film es una crónica sobre la vida en un pueblo del norte ruso rodeado por una base espacial, y al que descubrimos a través de la mirada de un solitario funcionario que reparte el correo.
El cartero del pueblo, Liokha (Aleksey Tryaptisyn) es la única conexión que la gente tiene con el exterior, confiando en su lancha con motor fuera de borda para unir ese lejano lugar con las grandes ciudades. Cuando alguien roba el motor de la lancha y la mujer que ama se muda a la ciudad, el Cartero busca desesperadamente una nueva vida y una aventura que lo impacte.
Éste es un viaje al descubrimiento de uno mismo. El Cartero se enfrenta a sus viejos demonios, al amor y a su propia realización, para asumir finalmente que no hay lugar como su propia casa ni realidad mejor que la suya.
Recuerdos del cine de silencios, a la modernidad en la
elección de ángulos con la única pretensión de hallar la pura naturalidad, a los relatos mínimos… Es admirable que
Andrei Konchalovsky, a sus casi ochenta años, después de dirigir cine épico
como «Siberiada» y action movies como «Tango y Cash», aún
tenga ganas y talento para reinventarse. «El cartero de las noches blancas»
significa, en cierto modo, el ansia de contemplación, el llanto por su gente, la reconciliación con ese paisaje ruso que, hermoso
y aislado del mundo, sigue ajeno al cambio radical que ha sufrido el
país desde los tiempos de la Perestroika. Podría decirse que Konchalovsky pone
al día los presupuestos del Neorrealismo –actores no profesionales, hibridación
entre ficción y documental– rodando, con un digital de calidad cristalina, una
versión envolvente en el fastuoso paisaje del lago, de «El ladrón de bicicletas».
Rodada con actores no profesionales e inspirada “por Chéjov y Bresson” según su director, la película narra el desconcierto de los autóctonos ante un mundo que ya no se parece en nada al de su juventud, y que también ha sido doloroso.
Rodada con actores no profesionales e inspirada “por Chéjov y Bresson” según su director, la película narra el desconcierto de los autóctonos ante un mundo que ya no se parece en nada al de su juventud, y que también ha sido doloroso.
Centrada en la figura de un cartero que tiene mucho de hombre para
todo en una región que parece olvidada por la civilización, la película
registra los gestos cotidianos de su protagonista y sus sucesivos encuentros
con la gente del lugar apoyándose en un solo conflicto dramático –el robo del
motor de su barca– y una leve, flotante decepción amorosa, que ayudan a definir
su manera de ver el mundo. La belleza de sus paseos en barca, con la cámara
deslizándose sobre el agua como un pájaro a punto de pescar, confirman –si es
que hacía falta– el talento compositivo de Konchalovsky, pero da la impresión
de que la película no siempre consigue superar su dimensión de retrato etnográfico, pero quizá es que no lo ha pretendido.
La película ha obtenido el LEÓN DE PLATA
al MEJOR DIRECTOR, asi como el Premio DROP GREEN EN EL FESTIVAL DE
VENECIA 2014, y el Premio LADY HANIMAGUARA DE PLATA en el
último Festival de Cine de Canarias.