FACTORIAL: FÁBRICAS DE CREACIÓN Y CULTURA PARTICIPATIVA (II)
Factorial es el título de las Jornadas sobre Fábricas de Creación que se han desarrollado recientemente en el Centro Fabra i Coats en Barcelona del 29 al 31 de octubre.
Particularmente me han interesado durante estas Jornadas las dimensiones de las nuevas formas de cultura hoy en día y para el futuro. Nuestra era, o es participativa o no lo será. No se trata de constatar cómo las RSS –como canales rápidos y en tiempo real de expresión de la gente- deciden hoy políticas de publicidad y marketing, retiran productos o linchan gestores; ni siquiera de usar la dinámica participativa como una herramienta “estética”, o políticamente correcta en la era 2.0 para conseguir resultados, apoyos o financiación.
Se trata de darse cuenta del poder de la gente: the power of the people, que siempre lo tuvo, pero ahora más que nunca desea tener arte y parte, desea hablar. Y tiene derecho porque no sólo es destinatario o espectador: quiere ser protagonista. Las Fábricas de Creación son centros enfocados a ser incubadoras o viveros de creación, facilitando espacios de ensayo, estudios para artistas visuales y plásticos, equipos, tecnología y materiales de producción, además de mayor visibilidad con el apoyo de las instituciones culturales públicas o privadas. Las Maison Fòlie en Lille Metropole, o Spinnerei en Leipzig; o Matadero Madrid, el Centro Fabra i Coats y Hangar en Barcelona, El Faro en México DF, entre otros, son fábricas de creación con diferentes metodologías y planteamientos.
El
análisis del rol de los equipamientos culturales: funciones, retos y carencias
En
cuanto a la democratización de la cultura -que fue uno de los elementos
debatidos en el tercer bloque del taller- Xavier Fina explica la democracia
cultural como un concepto ascendente (que va de abajo hacia
arriba); mientras que la democratización
de la cultura sería entendido como un concepto descendente -de arriba
hacia abajo, de los organismos o instituciones hacia la población de
base-. "Ahora tomaré prestado un concepto que empleó el director del
Museo de Historia de Cataluña, cuando habló de la dislocación de la escala: el hecho de que implica una mezcla, un
contacto entre la democratización de la cultura y la democracia
cultural. Que la escalera se rompa y que ambos elementos queden al mismo
nivel", apunta. La perversión de este proceso sería la
entropía. "El desorden que podría generarse en el momento de dejar de
lado los dos valores", dice Fina.
Uno
de los retos que tienen los equipamientos y agentes culturales es
"conseguir que la ciudadanía se apropie de la cultura, de sus lenguajes y
conceptos; que los haga suyos, que la cultura no les sea ajena". En
este sentido, el retorno social se consigue si la ciudadanía hace suya
esta apropiación conceptual de la
cultura: si el ciudadano comprende e interacciona con los valores
culturales. La perversión de este concepto sería la banalización de la
cultura. "Hacer más fácil, amable y banal la cultura y sus lenguajes
y conceptos, con el fin de llegar a más gente". El objetivo pasaría –entonces-
para "conseguir esta apropiación cultural de la población sin renuncia al
alto nivel, y combinándolo con pedagogía, educación y formación de las
diferentes capas sociales".
El
último concepto es el de transformación, "la
capacidad de las fábricas de creación cultural de lograr un cambio social, una
mayor toma de conciencia a nivel cultural, una capacitación de comprender
lenguajes modernos y una transformación del individuo y de la sociedad" ,
define Xavier Fina. "Si estos agentes culturales no generan un cambio
social, una transformación, más allá del impacto económico que tienen no sirven
para nada. Debemos creer que la cultura debe servir para la transformación
social ", subraya Fina. "Este elemento
transformador es el más polémico, porque implica que los ciudadanos no tienen
que decidir lo que se gesta en las fábricas de creación cultural. Félix de
Azúa escribía en uno de sus últimos libros de ensayo que la máxima de la
Democracia es el mercado. Y el mercado habla y dicta lo que quiere la
gente. Genera unas necesidades. Si preguntamos a la gente qué
contenidos quieren, la gente actúa y los compra. Ahora bien, transformar
significa violentar, ser un poco déspota y programar contenidos que la gente en
un primer momento no elegiría. Subir el nivel”.
Uno
de los trampas donde podrían caer las fábricas de creación cultural sería el de
convertirse en centros de grandes públicos. "Si queremos transformar,
tenemos que profundizar un poco. No ofrecer sólo lo más fácil, lo que
triunfa seguro; lo que quiere la gente". ¿Y su
perversión? El mesianismo o el despotismo. "Hay que encontrar un
equilibrio; un difícil equilibrio entre lo que quiere el público y lo que necesitaría
el público para ser más culto. Hay que generar dudas, hurgar en la
autoconciencia del ciudadano, profundizar en la forma en que tenemos los
ciudadanos de tomar decisiones en nuestras vidas. La definición de
ciudadano no debería ser 'la persona que paga impuestos; sino la persona
que es capaz de pensar y decidir; tomar decisiones ".
Diferentes gestores culturales proponen la idea de crear comisiones
de ciudadanos interesados en la cultura que asesoren a los programadores
culturales para encontrar un equilibrio entre lo que el público querrá ver y
las opciones culturales de alto nivel intelectual.